El 8 de diciembre de 1870, durante el Concilio Vaticano I, el pontífice Beato Pío IX, aprovechó la feliz coincidencia de la fiesta de la Inmaculada para proclamar solemne y oficialmente a San José como Patrono de la Iglesia universal y elevar la fiesta del 19 de marzo a rito doble de primera clase.
Desde entonces, san José es venerado de manera especial cada 19 de marzo como el Patrono y Protector de la Iglesia Católica y, como también diría Pío IX, "como la más segura esperanza de la Iglesia, después de la Santísima Virgen" [1].
Con esta ocasión, transcribimos una conferencia del pensador católico Plinio Corrêa de Oliveira respecto a tal importante festividad para el pueblo católico:
San José, Protector de la Iglesia Católica
Hay varias invocaciones de San José que podríamos considerar. Creo que, entre esas invocaciones, ninguna es más bonita que "Protector de la Iglesia Católica".
El protector de algo es, de algún modo, un símbolo de aquello que protege. Consideren Uds., por ejemplo, alguien que sea guardia de la reina de Inglaterra. Él, de algún modo, toma en sí algo de la realeza de la reina; ¡es un honor ser guardia de la reina! Para ello se escogen los individuos más capaces, los que tengan más coraje, los que en las guerras probaron mayor dedicación a la Corona inglesa. Estos son los invitados a ser guardias de la reina.
Si es un honor ser guardia de la reina, si es un honor ser guardia del Papa, ¡qué honor ser el guardián de la Santa Iglesia Católica!
Exceptuando a Nuestra Señora que es Madre de la Iglesia, nadie puede compararse a la Iglesia Católica. Ningún ángel ni todos los santos considerados separadamente tienen la dignidad de la Iglesia Católica. Porque la Iglesia envuelve a todos los santos y es la fuente de la santidad de todos ellos y, por tanto, un santo nunca puede tener dignidad igual a la de la Iglesia Católica.
La envergadura moral del esposo de Nuestra Señora y Padre adoptivo del Niño Jesús
Por tanto, ¡imagínense lo que implica ser el santo patrón de la Iglesia Católica! Es preciso que sea alguien tan elevado, tan excelso que, por así decir, tiene que ser el reflejo de la Iglesia que guarda, para estar proporcionado a Ella.
Podemos considerar que la envergadura espiritual de San José – en cuanto idéntico con el espíritu de la Iglesia Católica, en cuanto siendo ejemplar prototípico y magnífico de la mentalidad, de las doctrinas, del espíritu de la Iglesia Católica – solo se puede medir por este otro criterio: el hecho de ser Esposo de Nuestra Señora y proporcionado, por tanto, a Nuestra Señora; ser el Padre adoptivo del Niño Jesús ¡y, por tanto, proporcionado al Niño Jesús!
Si quisiéramos tener una idea del alma de San José, del espíritu de San José, sería preciso imaginar todo cuanto pensamos de la Iglesia Católica, toda la grandeza de la Iglesia, toda la simplicidad de la Iglesia, toda la dignidad de la Iglesia, toda la afabilidad de la Iglesia, toda la sabiduría de la Iglesia, toda la inmensidad de la Iglesia, todo cuanto se pueda decir de la Iglesia Católica e imaginar esto realizado en un hombre... ¡Y ahí tendríamos la fisonomía moral de San José!
Debemos imaginar, por lo menos, el perfil moral de ese Santo: la castidad de San José, su pureza sin mancha alguna. Y debemos aproximarnos de él con respeto, con veneración, y pedirle que nos conceda aquello que tanto deseamos recibir.
¿Qué pedir a San José en su fiesta?
Cada uno pregúntese a sí mismo –en un examen de conciencia de un minuto– cuál es la gracia que desea pedir a San José por ocasión de la fiesta de hoy. La primera de las gracias a pedir sería la de la devoción a Nuestra Señora (que él, como esposo, tuvo en grado supremo); otra, la gracia de reflejar el espíritu de la Iglesia Católica tan plenamente cuanto estuvo en los designios de la Providencia al crearnos y al habernos conferido el santo Bautismo; podemos pedir la pureza, la despretensión... podemos pedir todo. Podemos escoger cada una de estas cosas o pedirlas todas ellas en su conjunto.
A veces es bueno pedir una cosa sola, si la gracia nos mueve a pedir una sola. A veces es bueno pedir todo, porque hay momentos en que la gracia nos lleva a ser audaces y a pedir muchas cosas al mismo tiempo.
Y entonces , en la fiesta de San José, conforme al movimiento de la gracia interior en cada uno de nosotros, debemos pedirle algo. Y si no sabemos bien qué pedirle, digámosle: “Mi buen San José, dadme aquello que necesito... ya que ni siquiera sé lo que me conviene”. Estoy seguro de que, desde lo más alto de los Cielos, él sonreirá y dará, con bondad, alguna gracia muy bien escogida. Y con esto queda hecha nuestra invocación a San José. [2]
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[1] Carta Apostólica LE VOCI del Sumo Pontífice Juan XXIII
[2] Conferencia del 19 de marzo de 1969. Transcripción adaptada de grabación.