En vista de los recientes acuerdos de la Santa Sede con el gobierno comunista de China ‒acuerdos cuyo contenido íntegro no ha sido revelado‒, cobra especial actualidad el presente estudio de Plinio Corrêa de Oliveira. Escrito en 1964, cuando el comunismo trataba de esconder su faz asesina detrás de una sonrisa, la obra tuvo amplia difusión incluso atrás de la entonces Cortina de Hierro.
Durante mucho tiempo, la actitud de los gobiernos comunistas fue dolorosamente clara y coherente, no sólo en relación con la Iglesia católica, sino también en relación con todas las religiones.
a) Según la doctrina marxista, toda religión es un mito, que lleva consigo la «enajenación» del hombre a un ser superior imaginario, o sea, a Dios. Esta «enajenación» es aprovechada por las clases opresoras para mantener su dominio sobre el proletariado. Efectivamente, la esperanza de una vida ultraterrena, prometida a los trabajadores resignados como premio a su paciencia, actúa sobre ellos a manera de opio, para que no se rebelen contra las duras condiciones de vida que les son impuestas por la sociedad capitalista.
b) Así, en el mito religioso todo es falso y nocivo al hombre. No existe Dios, ni la vida futura. La única realidad es la materia en estado de continua evolución. El objetivo específico de la evolución consiste en «desenajenar» al hombre de todo tipo de sujeción a señores reales o ficticios. La evolución, en cuyo libre curso se halla el bien supremo de la humanidad, encuentra entonces un serio freno en cualquier mito religioso.
c) En consecuencia, corresponde al Estado comunista —que por medio de la dictadura del proletariado debe abrir las vías a la «desenajenación» evolutiva de las masas— la obligación de exterminar radicalmente toda suerte de religión.
El temor de que, en el caso de una victoria mundial de los comunistas, la Iglesia tenga que verse en todas partes, sujeta a los horrores que sufrió en Méjico, en España, en Rusia, en Hungría o en China, constituye la causa principal de la decisión de los católicos esparcidos por todo el mundo de resistir al comunismo hasta la muerte.
Esta decisión heroica representa, en el terreno de los factores psicológicos, el mayor obstáculo —quizá el único apreciable— para que el comunismo llegue a establecerse y mantenerse en todo el mundo.
Por ello, la actitud de ciertos gobiernos comunistas en materia religiosa parece presentar nuevos matices. En estos países, según anuncian sus respectivos órganos de propaganda, la intolerancia del gobierno en relación con algunas religiones ha ido siendo sustituida por una tolerancia que, si inicialmente era malévola, está volviéndose, si no benévola, por lo menos indiferente.
Un problema complejo
Al cambiar así, en cierta medida, el modo de proceder de las autoridades comunistas, se abren ahora para la Iglesia católica en estos países dos caminos:
a) Abandonar la existencia clandestina y de catacumba, que hasta hoy llevaba en los países tras el telón de acero, y pasar a vivir a la luz del día, coexistiendo con el régimen comunista en un «modus vivendi» expreso o tácito; o,
b) Rechazar todo «modus vivendi» y mantenerse en la clandestinidad.
Escoger entre estos dos caminos es el problema complejo que, en el momento actual, se plantea a la conciencia de numerosos católicos. Esta opción dependerá de la solución que se dé al siguiente problema moral: ¿es lícito a los católicos aceptar un «modus vivendi» con un régimen comunista?
Este es el problema que el presente artículo pretende estudiar.
Acuerdo con el régimen comunista: para la Iglesia, ¿esperanza o autodemolición? (Bajar libro gratuito)
Autor: Acción Familia.