La herencia física y espiritual de la familia es un patrimonio que debe ser mantenido y mejorado

Cristo Juez – Fra Angélico – Catedral de Orvieto
Cristo Juez – Fra Angélico – Catedral de Orvieto

Cada hombre trae dentro de sí varias herencias. Somos la resultante biológica de un sin número de corrientes de vida que vinieron a tener en nosotros su punto de encuentro. Así como en una laguna existen aguas de diversos ríos que desembocan en ella, así existen en nosotros esas herencias. Somos recipientes en que varias corrientes del pasado se funden.

La herencia física, en primer lugar, se atestigua por la semejanza de los rasgos, por la transmisión de la salud y de los defectos, de la belleza y de la fealdad, de la gracia o del aburrimiento, de la elegancia o del desgarbo; todo es hereditario. Conocemos a ciertas familias que se caracterizan por el buen gusto en el vestir; otras, por el mal gusto. Todo esto, aunque muy relacionado con la herencia física, lo está aún más con la mentalidad.

 

Tenemos entonces una realidad que cruza generaciones: la transmisión de un conjunto de predicados físicos y morales. Esta transmisión es el primer núcleo de lo que se llama tradición. Tradere significa entregar; es lo que se transmite, lo que se entrega. El primer dato de la tradición es la transmisión de caracteres físicos y morales.

 

Papa Pío XII
Papa Pío XII

En cuanto a la herencia, el Santo Padre Pío XII tuvo una enseñanza de gran importancia, en el discurso del 5 de enero de 1941 al Patriciado y a la Nobleza Romana. Él afirma:

“Grande y misteriosa cosa es la herencia, es decir, el paso a lo largo de una estirpe, perpetuándose de generación en generación, de un rico conjunto de bienes materiales y espirituales, la continuidad de un mismo tipo físico y moral que se conserva de padre a hijo, la tradición que a través de los siglos une a los miembros de una misma familia. Su verdadera naturaleza se puede desfigurar, sin duda, mediante teorías materialistas; pero también se puede y se debe considerar una realidad de tamaña importancia en la plenitud de su verdad humana y sobrenatural.

 

No se negará, ciertamente, la existencia de un substrato material en la transmisión de los caracteres hereditarios; para sorprenderse de ello sería preciso olvidar la íntima unión de nuestra alma con nuestro cuerpo, y la elevada proporción en que dependen de nuestro temperamento físico aun nuestras propias actividades más espirituales. Por eso la moral cristiana no cesa de recordar a los padres las graves responsabilidades que les corresponden en ese sentido.

 

Pero lo que más cuenta es la herencia espiritual transmitida, no tanto por medio de los misteriosos lazos de la generación material como por la acción continua de ese ambiente privilegiado que la familia constituye; por la lenta y profunda formación de las almas en la atmósfera de un hogar rico en altas tradiciones intelectuales, morales y, sobre todo, cristianas; por la mutua influencia entre aquellos que habitan una misma casa, influencia cuyos beneficiosos efectos se proyectan hasta el final de una larga vida, mucho más allá de los años de la niñez y de la juventud, en aquellas almas elegidas que saben fundir en sí mismas los tesoros de una preciosa herencia con la contribución de sus propias cualidades y experiencias.

 

Es éste el patrimonio, más valioso que ningún otro, que, iluminado por una Fe firme, vivificado por una fuerte y fiel práctica de la vida cristiana en todas sus exigencias, elevará, refinará y enriquecerá las almas de vuestros hijos”.

Esta gran e incomparable escuela de continuidad, incesantemente enriquecida por la elaboración de aspectos nuevos modelados según una tradición admirada, respetada y querida por todos los miembros de la familia, influye mucho en la elección de las actividades profesionales o de las responsabilidades que los individuos quieran ejercer en favor del bien común.

 

De ello se desprende que, a menudo, hay linajes de profesionales provenientes del mismo tronco familiar, por donde la influencia de la familia penetra en el ámbito profesional.


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