30 de noviembre: San Andrés, Apóstol y Mártir

Hoy es fiesta de San Andrés, Apóstol: hermano de San Pedro, preso por el pro-Cónsul Egeas (o Aegeates), procónsul de Patras; fue azotado y luego suspendido en una cruz, en la que sobrevivió, tres días, para instruir al pueblo. Sobre San Andrés, hay las siguientes notas biográficas extraídas de la "Vida de los Santos" de Rohrbacher:

 

"San Andrés - primer Apóstol que reconoce a Cristo, al que llevó a su hermano Pedro, futuro primer Jefe de la Iglesia, tuvo siempre un gran amor a la Cruz; a la hora de su muerte, al ver el madero en el que iban a ser crucificado, le saludó con alegría."

 

No se debe considerar este saludo como pura literatura, porque cada palabra tiene un peso.

 

Este mártir, después de azotado, todo ensangrentado, delante de su cruz (que era en forma de X, y por eso se llama la Cruz de San Andrés), exclamó:

 

Oh Cruz bellísima, que fuiste glorificada por el contacto que tuviste con el Cuerpo de Cristo! Gran cruz, dulcemente deseada, ardientemente amada, siempre buscada y, al fin, preparada para mi corazón apresurado, deseoso de ti."

 

Es la belleza de la exclamación de un hombre, a la hora de sufrimiento que Dios dispuso para él, para la aceptación de aquel cáliz que debía beber para tener su gloria en el cielo.

 

De aquel cáliz, sin cuyo beber no se alcanza nada en el cielo que, después de todo, sabe que ha llegado la hora de su máximo sufrimiento, de su martirio; sabe lo que va a sufrir porque meditó incontables veces acerca de la Pasión de Nuestro Señor, y que exhala su alma en estas circunstancias. Él llama la cruz (que era una cosa despreciada y un instrumento para arrestar a criminales) una "Cruz bellísima". Después explica porque es bellísima: ella fue glorificada por el contacto que tuvo con el Cuerpo de Cristo.

 

Añade que la deseó con dulzura. Podemos imaginarlo considerándola durante años, y años, y años, amando el martirio que le había sido profetizado, aguardando la hora en que haría, por Dios, este acto de holocausto desinteresado: dejarse matar por Nuestro Señor para, por esta forma, ser roto como el vaso que Santa Magdalena rompió con el ungüento junto a los pies del Divino Salvador, sin ninguna utilidad práctica, en un acto de amor desinteresado, en un holocausto que no tenía otra razón de ser sino su propio sacrificio.

 

Y esto de tal manera que, aunque no fuera bueno para las almas, aunque no fuera edificante para muchos, aunque no fuera una humillación para los adversarios de la Iglesia, sólo para probar a Dios que llevaba su amor hasta aquel punto, él deseaba la cruz como algo dulce. Consideren así lo que es el alma de un mártir, los esplendores que hay en el alma de un mártir.

 

Él continúa: "Dulcemente deseada, ardientemente amada".

 

Los hombres, hoy, huyen del sufrimiento de todos modos, es exactamente lo que no quieren; ninguna forma de sufrimiento, ninguna forma de lucha contra sus pasiones, ninguna forma de renuncia. Ellos tienen la idea de que la vida fue dada para ser regalada y que hay que gozarla y lo que no es gozar de la vida, es morir.

 

Este, por el contrario, ardientemente amaba su cruz, comprendiendo que lo que da sentido a la vida no es el goce ni el placer que pueda tener, sino el sacrificio que se hace. Esto es lo que da placer y sentido a la vida. Y que, por lo tanto, todo hombre verdaderamente sobrenatural y verdaderamente hombre desea el encuentro con su gran cruz, con su gran martirio. Este es el hijo de la Cruz, es el Amigo de la Cruz, del que trata San Luis Grignion de Montfort en su libro "Carta a los Amigos de la Cruz".

 

Continúa: "siempre buscada". ¿Hay algún hombre que, en el momento de rendir cuentas a Dios, puede decir que siempre buscó la cruz? ¿que en todas las cosas buscó el sacrificio? ¡Por el contrario! Los hombres viven huyendo de la cruz, lo que no quieren es el sacrificio. Pero San Andrés pudo dar de sí este testimonio: siempre había buscado las cruces. Y por eso, en el momento de acercarse a ella la cruz, estaba dispuesto al sacrificio.

 

Continúa: "y, después de todo, preparada para mi corazón apresurado". Es decir, Dios, al final, dio la Cruz a mi corazón que tenía prisa de la crucifixión.

 

¡Ah! Si nosotros pudiéramos decir que nuestra alma tiene prisa de la crucifixión que ella desea, que ella vuela hacia esa crucifixión, que lo que ella quiere es absolutamente entregarse a Dios sin reserva, y tener esta forma de entrega que es exactamente el martirio. 

 

Nuestro Señor dijo: Ningún hombre puede ser más amigo de otro hombre que ofreciendo su vida por él. Nadie puede dar mayor prueba de amor de Dios que desear, de esta forma, la cruz.

 

Y él continúa: "Cruz preparada para mi corazón, deseoso de ti; me recoge, oh cruz".

 

¡Realmente esto es de una belleza!

 

Y prosigue: "abrazame, quítame de los hombres, llévame deprisa, diligentemente, al Maestro; por ti, Él me recibirá; Él que, por ti, a mí me rescató".

 

Autor: Plinio Corrêa de Oliveira (sin revisión del autor)


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