Hoy es fiesta de la Epifanía del Señor: reconociendo los Magos, adoradores, las primicias de nuestra vocación y de nuestra Fe, celebramos con el corazón gozoso el inicio de esa feliz esperanza.
En cuanto a la adoración de los Magos, tenemos aquí un hermoso cuadro perteneciente a una persona conocida nuestra. Y sobre él hay que hacer la siguiente consideración: el valor que tienen las cosas de carácter representativo y de carácter simbólico, dentro de los planes de la Providencia. No hay un comentarista de la adoración de los Magos, que no diga que era conveniente que los Magos vinieran a adorar a Nuestro Señor para representar a los varios pueblos de la gentilidad que desde el principio se acercaban a su cuna; y que era conveniente también que fueran magos, para representar toda la sabiduría antigua prestando homenaje a Nuestro Señor.
Sabemos que la palabra mago designa aquí a un hombre de una sabiduría extraordinaria, de una sabiduría relevante, venida de todos lados, para adorar a Nuestro Señor. Si esos magos eran reyes, suele ponerse en duda. En mi opinión, esta duda tiene cierto aspecto igualitario. Porque la Cristiandad, servida por una tradición venerable, en todos los tiempos creyó que eran reyes. Y esa tradición es de tal manera continua, y que no deja de tener alguna consonancia con trechos de la Escritura que hablan de reyes venidos de lejos para adorar al Mesías, esa tradición de sí misma merece fe, merece creencia y no veo ninguna razón para que no fueran reyes.
Yo entiendo que pueda estorbar [a la izquierda dicha católica], que hombres con un oficio tan "pésimo" como el de rey, hayan sido llamados a adorar a Nuestro Señor desde niño. Me parece totalmente razonable; veo, por el contrario, objeción en plantear dudas al respecto.
De cualquier manera, tenemos aquí hombres procedentes de varias razas, representando todo el mundo antiguo y representando toda la sabiduría antigua en su homenaje a Nuestro Señor, en la forma bien conocida de oro, incienso y mirra.
¿Pero representándolo a qué título y de qué manera? Casi nadie supo que ellos iban; no recibieron ninguna delegación para ir y, sin embargo, eran una verdadera delegación. Porque la razón por la cual fueron no era personal, sino era con motivo de representar algo.
Ustedes ven que es una cosa toda ella simbólica. Ellos estaban representando a esos pueblos porque Nuestro Señor quiso que ellos los representen, y fueron allí porque Nuestro Señor los llamó como representantes. Él quiso tener representantes de esos pueblos, escogió quién los representaría y la representación quedó hecha. Y valió, con su carácter simbólico, a pesar de no haber ninguna elección o credencial a los pies de Nuestro Señor.
Y el hecho de haber allí uno de cada uno de esos pueblos constituía, en el orden absoluto y profundo de los acontecimientos, una verdadera representación. Allí, de hecho, ellos estaban para representar. Esta representación tenía un valor en los planes de la Providencia. Eran sólo tres, pero estos tres representaban algo en los planes de la Providencia.
Vamos a encontrar algo parecido a los pies de la Cruz. Como Nuestra Señora, San Juan y las santas mujeres están representando todo cuanto hay de bueno y fiel en el pasado, en el presente y en el futuro, a los pies de la Cruz también. Ellos representan una delegación, representan porque son fieles, están al pie de la Cruz. Y todo aquel que es de un cierto género, en una ocasión muy solemne, representa naturalmente a sus congéneres por selección. Por eso ellos estaban representando a sus congéneres por selección y elección divina.
Extractos de la Conferencia del Prof. Plinio Corrêa de Oliveira, del 5 de enero de 1965.